POEMA :"LAMADO A ALGUNOS
DOCTORES"
Dicen que no sabemos nada, que somos el atraso, que nos han
de cambiar la cabeza por otra mejor.
Dicen que nuestro corazón tampoco conviene a los tiempos,
que está lleno de temores, de lágrimas, como el de la calandria, como el de un
toro grande al que se degüella, que por eso es impertinente.
Dicen que algunos doctores afirman eso de nosotros, doctores
que se reproducen en nuestra misma tierra, que aquí engordan o que se vuelven
amarillos.
Que estén hablando, pues: que estén cotorreando, si eso les
gusta.
¿De qué están hechos mis sesos? ¿De qué está hecha la carne
de mi corazón?
Saca tu larga vista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes.
Quinientas flores de papas distintas crecen en los balcones
de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre la tierra en que la noche y el
oro, la plata y el día se mezclan. Esas quinientas flores, son mis sesos, mi
carne.
¿Por qué se ha detenido un instante el sol, por qué ha
desaparecido la sombra en todas partes, doctor?
Pon en marcha tu helicóptero y sube aquí, si puedes. Las
plumas de los cóndores, de los pequeños pájaros se han convertido en arco iris
y alumbran.
Las cien flores de la quinua que sembré en las cumbres
hierven al sol en colores, en flor se ha convertido la negra ala del cóndor huy
de las aves pequeñas.
Es el mediodía; estoy junto a las montañas sagradas: la gran
nieve con lampos amarillos, con manchas rojizas, lanzan su luz a los cielos.
En esta fría tierra, siembro quinua de cien colores, de cien
clases, de semilla poderosa. Los cien colores son también mi alma, mis
infaltables ojos.
Yo, aleteando amor, sacaré de tus sesos las piedras idiotas
que te han hundido. El sonido de los precipicios que nadie alcanza, la luz de
la nieve rojiza, de espantado, brilla en las cumbres. El jugo feliz de los
millares de yerba, de millares de raíces que piensan y saben, derramaré tu
sangre, en la niña de tus ojos.
El latido de miradas de gusanos que guardan tierra y luz; el
vocerío de los insectos voladores, te los enseñaré hermano, haré que los
entiendas. Las lagrimas de las aves que cantan, su pecho que acaricia igual que
la aurora, haré que las sientas y las oigas.
Ninguna máquina difícil hizo lo que sé, lo que sufro, lo que
gozar del mundo gozo. Sobre la tierra, desde la nieve que rompe los huesos
hasta el fuego de las quebradas, delante del cielo, con su voluntad y con mis
fuerzas hicimos todo eso.
No huyas de mí, doctor, acércate. Mírame bien, reconóceme.
¿Hasta cuándo he de esperarte? Acércate a mí; levántame hasta la cabina de tu
helicóptero. Yo te invitaré el licor de mil savias diferentes.
Curaré tu fatiga que a veces te nubla como bala de plomo, te
recrearé con la luz de las cien flores de quinua, con la imagen de su danza al
soplo de los vientos; con el pequeño corazón de la calandria en que se retrata
el mundo, te refrescare con el agua limpia que canta y que yo arranco de la
pared de los abismos que templan con su sombra a nuestras criaturas.
¿Trabajaré siglos de años y meses para que alguien que no me
conoce y a quien no conozco me corte la cabeza con una máquina pequeña?
No, hermanito mío. No ayudes a afilar esa máquina contra mí,
acércate, deja que te conozca, mira detenidamente mi rostro, mis venas, el
viento que va de mi tierra a la tuya es el mismo; el mismo viento que
respiramos; la tierra en que tus máquinas, tus libros y tus flores cuentas,
baja de la mía, mejorada, amansada.
Que afilen cuchillos, que hagan tronar zurriagos; que amasen
barro para desfigurar nuestros rostros; que todo eso hagan.
No tememos a la muerte, durante siglos hemos ahogado a la
muerte con nuestra sangre, la hemos hecho danzar en caminos conocidos y no
conocidos.
Sabemos que pretenden desfigurar nuestros rostros con barro;
mostrarnos así, desfigurados, ante nuestros hijos para que ellos nos maten.
O sabemos bien qué ha de suceder. Que camine la muerte hacia
nosotros; que vengan esos hombres a quienes no conocemos. Los esperaremos en
guardia, somos hijos del padre de todos los ríos, del padre de todas las
montañas ¿es que ya no vale nada el mundo, hermanito doctor?
No contestes que no vale. Más grande que mi fuerza en miles
de años aprendida; que los músculos de mi cuello en miles de meses; en miles de
años fortalecidos, es la vida, la eterna vida mía, el mundo que no descansa,
que crea sin fatiga; que pare y forma como el tiempo, sin fin y sin principio.
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